Comentario
Durante el siglo XVI, las relaciones internacionales estuvieron dominadas por la necesidad de conservación de los inmensos territorios de los Habsburgo. La extensión y dispersión de sus Estados, primero unidos bajo Carlos V y después divididos en dos ramas, convertían en propios los asuntos de toda Europa. Enfrente encontrarán dos enemigos constantes. Por un lado, el Imperio otomano, en su mejor momento, que avanzaba amenazadoramente por el Sudeste y por el Mediterráneo. Por otro, Francia, que a las fricciones por Italia, el Rosellón y Navarra añadirá el deseo de romper el cerco de las posesiones de los Habsburgo.
Además de los problemas apuntados, durante el reinado del emperador Carlos V hay que añadir la enemistad de varios Estados italianos, que deseaban liberarse de toda relación con el Imperio. Especialmente conflictivas serán las relaciones con la Santa Sede, donde la mayoría de los Pontífices guardaban una actitud recelosa ante el emperador, no sólo por su poder creciente en Italia sino por su concienzudo empeño en encontrar una vía de acuerdo con los protestantes.
Los príncipes alemanes, por su parte, unirán sus pretensiones particularistas con las de reforma religiosa. La rebelión protestante debilitará la posición de Carlos V y proveerá de múltiples ocasiones a sus enemigos. En los Países Bajos se reproducirá el conflicto político-religioso del Imperio, originando las primeras represiones y las primeras rebeliones.
Como aliado, salvo el apoyo ocasional de algún Papa, sólo podía contar con Inglaterra, carente aún de pretensiones coloniales. Los Reyes Católicos ya habían buscado su amistad, contra el enemigo común francés, sellada con el matrimonio de la infanta Catalina con Enrique VIII. Durante el proceso de divorcio de los reyes se nubló esta buena relación, resucitada en cuanto la necesidad lo requirió. Otro matrimonio, el de María I Tudor con el futuro Felipe II, en 1554, acercó a las dos potencias, ofreciendo un seguro para las comunicaciones de España con los Países Bajos a cambio de ayuda al catolicismo inglés. La muerte de la reina sin descendencia común y la entronización de Isabel I terminaron con cualquier posibilidad de buenas relaciones, que fueron sustituidas por los enfrentamientos en el terreno político, religioso y ahora también económico.
En el Norte, el matrimonio de Isabel de Austria, hermana del emperador, con el rey danés Cristian II buscaba la amistad de la mayor potencia báltica, gracias a su control de los estrechos del Sund. Esta circunstancia, y la extensión de la reforma luterana a Europa septentrional, también afectarán a la política imperial, que en determinados momentos se creerá obligada a intervenir.